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Evangelio Dominical - 5 de Septiembre

Lectura del santo Evangelio según san Marcos (Mc. 7, 31 - 37).

 

31En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. 32Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar: y le piden que le imponga la mano. 33Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la sálica le tocó la lengua.

 

34Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

 

<<Effetá>> (esto es, <<ábrete>>).

 

35Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.

 

36Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.

 

37Y en el colmo del asombro decían:

 

<< Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos>>.

 

Palabra del Señor.

 

 

Reflexión:

Hoy, la liturgia nos lleva a la contemplación de la curación de un hombre <<sordo que, además, hablaba con dificultad>> (Mc 7,32). Como en muchas otras ocasiones (el ciego de Betsaida, el ciego de Jerusalén, etc.), el Señor acompaña el milagro con una serie de gestos externos. Los Padres de la Iglesia ven resaltada en este hecho la participación mediadora de la Humanidad de Cristo en sus milagros. Una mediación que se realiza en una doble dirección: por un lado, el “abajamiento” y la cercanía del Verbo encarnado hacia nosotros (el toque de sus dedos, la profundidad de su mirada, su voz dulce y próxima); por otro lado, el intento de despertar en el hombre la confianza, la fe y la conversión del corazón.

 

En efecto, las curaciones de los enfermos que Jesús realiza van mucho más allá que el mero paliar el dolor o devolver la salud. Se dirigen a conseguir en los que él ama la ruptura con la ceguera, la sordera o la inmovilidad anquilosada del espíritu. Y, en último término, una verdadera comunión de fe y de amor.

 

Al mismo tiempo vemos cómo la reacción agradecida de los receptores del don divino es la de proclamar la misericordia de Dios: <<Cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban>> (Mc 7,36). Dan testimonio del don divino, experimentan con hondura su misericordia y se llenan de una profunda y genuina gratitud.

 

También para todos nosotros es de una importancia decisiva el sabernos y sentirnos amados por Dios, la certeza de ser objeto de su misericordia infinita. Este es el gran motor de la generosidad y el amor que Él nos pide. Muchos son los caminos por los que este descubrimiento ha de realizarse en nosotros. A veces será la experiencia intensa y repentina del milagro y, más frecuentemente, el paulatino descubrimiento de que toda nuestra vida es un milagro de amor. En todo caso, es preciso que se den las condiciones de la conciencia de nuestra indigencia, una verdadera humildad y la capacidad de escuchar reflexivamente la voz de Dios.